lunes, 7 de julio de 2008

LGE: Un manifiesto sin sentido

Dando miles de pasos por las calles de Valparaíso, y al mismo tiempo, por las de la capital. Son tantos los pies que avanzan, que se siente más fuerte una huella al pisar que los gritos de protestas entremezclados. Hay gritos pertenecientes a docentes del sur; otros, a educadores de la zona norte, también hay aquellos gritos de los profesores del centro del país. Por entre medio, la voz del estudiantado tanto secundario como universitario, y toda aquella vociferación proveniente de aquel o aquellos que querían manifestarse contra la nueva ley orgánica sobre la educación en Chile, la ya vapuleada y no muy querida Ley General de Educación (LGE), en reemplazo de la Ley Orgánica Constitucional de Educación (LOCE). Un reemplazo que sólo huele a un refrito de artículos y normativas, bajo un hedor más

potente que se origina de la podrida conciencia de los parlamentarios que se dejaron influenciar por lobby y llamados telefónicos a última hora de nuestra presidenta, Michelle Bachelet, y la presión ejercida sobre los mismos por parte de otros entes del gobierno, comandados por la mirada atenta y muy optimista de la Ministra de Educación, Mónica Jiménez.

El tema se discute una y mil veces por todas las partes de la Cámara de Diputados, la ansiedad sopesa sobre el aire enrarecido que destiñe a ratos los colores del arco iris concertacionista. Mientras tanto, siguen las manifestaciones en Valparaíso y Santiago, con 10 mil y 3 mil personas, respectivamente.

Ya hemos sabido acerca de la LGE que es un mero maquillaje de la LOCE, una especie de “enchulamiento”, que no soluciona el grave problema del lucro en la educación. El lucro no es un término que dañe o sea negativo, pero dentro de un contexto donde vemos que un derecho de toda persona natural nacida en Chile dependa de las actividades económicas a nivel de establecimientos y recursos de cada familia, vemos como se diversifica la educación en cuanto a los ingresos de cada familia y lo que el establecimiento pide a cambio como valor de matrícula o aranceles, principalmente en aquellas instituciones donde se prioriza lo que se paga por una buena educación y no de retribuir, en la mayoría de los casos, esa educación a quienes no tienen los medios ni recursos monetarios. El Estado no se presenta como el garante de una buena educación, pues todo sigue en manos de municipalidades que están endeudadas con el cuerpo de profesores de Chile, fomentando así la estigmatización tanto del docente por ejercer una profesión compleja, mal pagada y menospreciada, como de los mismos establecimientos públicos, por no tener la calidad, la equidad y el acceso que debería tener para todo niño o joven, sea cual sea su clase o status social. Y para que hablar de los colegios privados y particulares subvencionados. La crítica va principalmente para estos últimos, ya que a pesar de exigir más cosas a una persona que desea abrir un colegio y ser sostenedor de tal, no avala temas como las condiciones estructurales, los espacios que debe tener, los insumos necesarios para un buen funcionamiento y el desinterés por el desarrollo de la gestión pedagógica, suprimida por el avance de la gestión administrativa.

Hay otras cosas que la LGE no considera o atropella. Y hablando de atropellos, la gente de Santiago es maltratada y ahuyentada de las calles por parte de las fuerzas especiales

especiales de Carabineros de Chile. Lo mismo ocurre en Valparaíso, posterior a la pausa tomada en Parque Italia, donde tantos dirigentes del Colegio de Profesores como parlamentarios en contra de la esta nueva ley manifestaban su repudio a la LGE. Estratégicamente, se aplaza la votación para el siguiente día. Todo ha sido con fuerza, pero deja esa sazón de un manifiesto sin sentido.

Y ese mismo sinsabor se siente al otro día, cuando casi todo el parlamento da por aprobada la Ley General de Educación. Como corresponde, la tribuna de la cámara se manifiesta lanzando monedas hacia los podios, donde casi con burla, los diputados permiten que suceda esto (quizás la gasten para llenar sus estanques de bencina, aunque en realidad es pagada por la plata de todos los chilenos). Ahora hay que esperar que dicen los senadores, que dicen los profesores, que dicen los alumnos comprometidos por este asunto que nos afecta a todos, que por más que sean meras letras escritas en varios papeles, están sujetando el destino de cada individuo menor de edad, a cada niño de nuestro país a recibir una enseñanza pública mala, y si su familia no tiene recursos, será parte de un vicio vacío de la educación.


Francisco Jiménez Rojas

[Estudiante movilizado]

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